Las
invasiones bárbaras y la disolución del imperio romano
El gobierno
romano fue perdiendo autoridad. El ejército siguió existiendo, pero desapareció
la disciplina que lo había caracterizado. Guiados por ambiciones de jefes, los
grupos militares empezaron a luchar entre si y causaban temor entre la
población; incluso decidían que emperador se mantenía en el poder y cual no.
El año de
295 d.C., para defender mejor al imperio se decidió dividirlo en dos: oriente y
occidente. A lo largo del siglo III d.C., pueblos guerreros de Europa, Asia y
Africa, empezaron a penetrar en el imperio. Las invasiones se hicieron cada vez
más frecuentes y tenían mayor éxito, principalmente en la parte occidental.
¿Cómo se le
llamo a estos invasores? Bárbaros debido a que así conocían los romanos o los
griegos a aquellos pueblos que no compartían su modo de vida, cultura y lengua.
“Bar-bar-bar” es la onomatopeya que se relaciona con las personas que no saben
hablar una determinada lengua, así que por eso los llamaron bárbaros: al que no
sabe hablar el idioma.
Occidente
asediado
La división
del Imperio en dos mitades, a la muerte de Teodosio, no puso fin a los
problemas, sobre todo en la parte occidental. Burgundios, Alanos, Suevos y
Vándalos campaban a sus anchas por el Imperio y llegaron hasta Hispania y el
Norte de África.
Los dominios
occidentales de Roma quedaron reducidos a Italia y una estrecha franja al sur
de la Galia. Los sucesores de Honorio fueron monarcas títeres, niños manejados
a su antojo por los fuertes generales bárbaros, los únicos capaces de controlar
a las tropas, formadas ya mayoritariamente por extranjeros.
El año 402,
los godos invadieron Italia, y obligaron a los emperadores a trasladarse a Rávena,
rodeada de pantanos y más segura que Roma y Milán. Mientras el emperador
permanecía, impotente, recluido en esta ciudad portuaria del norte,
contemplando cómo su imperio se desmoronaba, los godos saqueaban y quemaban las
ciudades de Italia a su antojo.
El saqueo de
Roma
En el 410
las tropas de Alarico asaltaron Roma. Durante tres días
terribles los bárbaros saquearon la ciudad, profanaron sus iglesias, asaltaron
sus edificios y robaron sus tesoros.
La noticia,
que alcanzó pronto todos los rincones del Imperio, sumió a la población en la
tristeza y el pánico. Con el asalto a la antigua capital se perdía también
cualquier esperanza de resucitar el Imperio, que ahora se revelaba abocado
inevitablemente a su destrucción.
Los
cristianos, que habían llegado a identificarse con el Imperio que tanto los
había perseguido en el pasado, vieron en su caída una señal cierta del fin del
mundo, y muchos comenzaron a vender sus posesiones y abandonar sus tareas.
San Agustín,
obispo de Hipona, obligado a salir al paso de estos sombríos presagios,
escribió entonces La Ciudad de Dios para explicar a los
cristianos que, aunque la caída de Roma era sin duda un suceso desgraciado,
sólo significaba la pérdida de la Ciudad de los Hombres. La Ciudad de Dios,
identificada con su Iglesia, sobreviviría para mostrar, también a los bárbaros,
las enseñanzas de Cristo.
Fin del
Imperio Romano de Occidente
Finalmente,
el año 475 llegó al trono Rómulo Augústulo. Su pomposo nombre hacía
referencia a Rómulo, el fundador de Roma, y a Augusto, el fundador del Imperio.
Y sin embargo, nada había en el joven emperador que recordara a estos grandes
hombres. Rómulo Augústulo fue un personaje insignificante, que aparece
mencionado en todos los libros de Historia gracias al dudoso honor de ser el
último emperador del Imperio Romano de Occidente. En efecto, sólo un año
después de su acceso al trono fue depuesto por el general bárbaro Odoacro,
que declaró vacante el trono de los antiguos césares.
Así, casi
sin hacer ruido, cayó el Imperio Romano de Occidente, devorado por los
bárbaros. El de Oriente sobreviviría durante mil años más, hasta que los
turcos, el año 1453, derrocaron al último emperador bizantino. Con él terminaba
el bimilenario dominio de los descendientes de Rómulo.
Causas por la que se dio la disolución del imperio romano
1.
Ruina económica: depreciación monetaria, carestía
y contracción de la actividad, en especial de la comercial, lo que conduce a la
autarquía.
2. Guerras civiles e intensificación de las rapiñas
de una soldadesca cada vez más barbarizada.
3. Plagas pestíferas y despoblación.
4. Desórdenes internos, revueltas sociales
(bagaudas), bandidaje terrestre y marítimo (piratería sajona).
5. Abandono de tierras y expansión de la vinculación
personal (colonato).
6. Luchas de poder entre el ejército bárbaro y los
funcionarios civiles romanos por la dirección del Estado, con victoria de los
militares: surgen diversos caudillajes (Estilicón, Aecio, Ricimero).
7. Destrucción de las clases privilegiadas e
imposición del dominio del campo sobre la ciudad.
Cristian Rodríguez